
(Publicado en El Imparcial, 22 de agosto de 2008)
El gobierno ruso preparó con tiempo la invasión de Georgia, estudió sus aspectos diplomáticos y militares con cuidado, midió sus fuerzas, actuó cuando se dieron las condiciones que habían esperado y provocado y, al final, los resultados están a la vista.
La crisis nacional georgiana ha sido utilizada por Moscú para restablecer su “área de influencia”. Según la lógica rusa ni Georgia ni Ucrania podrán salir de su órbita e incorporarse a la Alianza Atlántica o a la Unión Europea. El Cáucaso y Asia Central son un espacio propio en el que Estados Unidos no debe interferir. Los estados bálticos, Polonia y Hungría serán objeto de un tratamiento especial por haber infringido las normas no escritas de dicha área. Los tiempos de una Rusia débil han quedado atrás. Putin ha restablecido un poder central efectivo, los precios energéticos han llenado las arcas imperiales, las Fuerzas Armadas han recobrado parte de su antigua operatividad y, sobre todo, las elites dirigentes han recuperado su conciencia de “gran potencia” y actúan en consonancia.
La invasión de Georgia ha sido un éxito porque ha puesto en evidencia tanto su propia fuerza como la debilidad de norteamericanos y europeos. En el Cáucaso y Asia Central vuelven a tener claras cuáles son sus coordenadas políticas. Han visto hasta qué punto Estados Unidos es un “tigre de papel” cuando se actúa con decisión y se miden bien las distancias.
En el plano diplomático Putin tenía a su favor varias circunstancias. En la crisis de Kosovo Estados Unidos estableció el precedente que necesitaba. Putin lo repitió hasta la saciedad, pero Rice decidió no darle importancia. Si en Kosovo valía el derecho de una gran potencia a segregar un territorio de un estado violando resoluciones del Consejo de Seguridad y principios fundamentales del Derecho Internacional Público, en Osetia del Sur y Abjacia también valdría. Con razón la respuesta norteamericana ha sido de “bajo perfil”. Rice es bien consciente, porque se le explicó reiteradamente, que de aquellos barros podrían llegar estos lodos. Tan cierto es que la invasión de Georgia es injustificable y criticable, como que el comportamiento de Estados Unidos, Francia, Alemania, Italia y el Reino Unido privó a la Alianza Atlántica de legitimidad para acusar a Rusia de apoyar la segregación de Osetia del Sur y Abjacia.
La dependencia energética europea, correctamente combinada con la cultura pacifista predominante, garantizaba a Moscú una reacción meramente retórica de los europeos. Hasta el pronorteamericano y beligerante, para los estándares continentales, Sarkozy se brindó para amañar un alto el fuego que consolidaba la posición rusa en Georgia. ¿De qué sirven las exigencias de integridad territorial georgiana si se garantiza la hegemonía rusa? Franceses, alemanes e italianos capitanearon un bloque dispuesto a aceptar lo ocurrido y sus consecuencias. Los europeos no sólo han abandonado a una nación soberana y democrática, también han establecido las bases para el sometimiento de Ucrania y de Bielorrusia.
Estados Unidos ha sido el gran valedor de las democracias de Europa Oriental y el Cáucaso, sin embargo ha sido incapaz de lograr que sus socios europeos aceptaran a estos países en la Alianza Atlántica y se ha mostrado sorprendentemente inerte tras la invasión de Georgia. Bush, un reconocido especialista en declaraciones altisonantes, se ha limitado a pronunciar una excelente y bien medida declaración en los jardines de la Casa Blanca. Atrapado en las crisis iraquí y afgana, con la OTAN empantanada en una profunda crisis estratégica, necesitado de la colaboración rusa para contener la proliferación nuclear iraní, imposibilitado para establecer una estrategia a medio plazo por encontrarse en los últimos meses de su mandato... se ha comportado como un dirigente maniatado. Amenaza con sanciones que no está en condiciones de aplicar, poniendo aún más de relieve su impotencia.
La reunión extraordinaria de los ministros de Asuntos Exteriores de la OTAN ha tenido tristemente el resultado previsto: tras las declaraciones de rigor, las Altas Partes Contratantes van a castigar a Rusia suspendiendo sine die las reuniones del Consejo OTAN-Rusia, una institución que nunca ha tenido relevancia alguna. Es de imaginar la sensación de triunfo que los dirigentes moscovitas debieron tener al leer el comunicado oficial y escuchar al Secretario General de la OTAN hablar de que nada volvería a ser igual. ¡Desde luego que no! A partir de ahora Europa será un poco más débil, un poco más vulnerable. El haber traicionado a Georgia, a Ucrania... no les va a garantizar más seguridad, sino mayores exigencias de concesiones por parte del renacido Imperio Ruso. La reunión se celebró demasiado tarde y, como poco, debían haber fortalecido las relaciones con las partes agraviadas -Ucrania y Georgia- poniendo en marcha los procedimientos para su pronta incorporación. Era el mensaje que tocaba enviar a Moscú, el compromiso de Europa con las democracias amenazadas en su frontera oriental. ¿Seremos capaces de echar a Rusia del G-8?
Mientras seguimos a la espera de que las tropas rusas abandonen Georgia, el presidente sirio es recibido en Moscú para hablar de colaboración diplomática y militar e Irán continúa plácidamente enriqueciendo uranio sin que el Consejo de Seguridad apruebe sanciones realmente eficaces. Rusia está también restableciendo su papel rector en Oriente Medio y lo hace sin demasiados escrúpulos, dando, una vez más, cobertura a grupos terroristas y estados radicales. Las nuevas amenazas convergen con viejas prácticas diplomáticas características de las grandes potencias y nos van desvelando el nuevo entorno internacional. Mientras tanto, Europa se repliega sobre sí misma, impotente e incapaz de mantener una posición coherente.
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